Norma Morandini escribió hoy una columna impecable en el Diario Clarín.
Se llama Los temores de hoy, los horrores de ayer y aquí la reproduzco porque es imprescindible prestarle atención:
La negación del encierro como de los entierros es lo que equipara a los campos de detención nazis con "el made in Argentina" de la dictadura. Una historia y una tragedia que revela el carácter oculto de nuestra tradición política. El enemigo debe encerrarse desaparecer. Ni tumbas, ni nombres, ni registros. Nada. Un invento bárbaro que se conjuga en castellano, se obstina en permanecer en aquel que sobrevivió a la oscuridad y, como testigo, iluminó los aspectos mas tenebrosos de ese oscuro pasado: Jorge Julio López está ausente, no sabemos que pasó con él, sin embargo —y ésta es la gran diferencia— su nombre no es ausente, no es un NN. Jorge Julio López es un testigo que permitió condenar por genocida a un comisario cuyo nombre sí fue sinónimo de terror. Jorge Julio López no sólo desbarató con su testimonio la estrategia de ocultar los cadáveres para borrar el crimen sino que enmarca y agiganta el coraje de aquellos 800 testigos que en 1985 reconstruyeron el rompecabezas del terrorismo del Estado, que sobrevivieron y vencieron el doble silencio que les impusieron, el de sus verdugos y el de una sociedad que entonces no estaba dispuesta a oír.El duelo nunca fue colectivo, y muchas personas al regresar del exilio murieron de tristeza o dolor. Para los sobrevivientes, el Juicio fue una reparación legal. Ante la Justicia, ellos recuperaron la identidad jurídica que el régimen militar les había expropiado. Sin embargo, debieron pasar muchos años para que se les restituyera la palabra. El nombre de López se multiplica, se nombra, se repite y se trasmite y ese gesto de hablar del que no está es el que hace aparecer el crimen. Cualquiera sea su destino, si —ojalá— se perdió, si fue secuestrado, el delito pasado se activa en el presente y se agiganta. Aquel crimen que ayer se intentó ocultar hoy aparece en toda su crueldad. A pesar de algunos vestigios de desconfianzas, ya nadie puede negar su existencia de víctima y de testigo, lo que aumenta la crueldad de sus verdugos. Pero si ayer el Estado fue terrorista, en la democracia el Estado somos todos, de modo que el crimen es contra todos. La mano de obra sucia de la dictadura se reconvirtió mafiosamente en la democracia, tal como prueban los secuestros, las extorsiones y las matanzas en las que están involucrados agentes del Estado, con lazos con el pasado del terror. En los temores del hoy están los horrores del ayer. En los pedidos de pena de muerte o mano dura de la sociedad para combatir a los ladrones se reconocen los mismos gritos del ayer cuando frente a la violencia guerrillera, los sectores medios pedían a los militares que monopolizaran la represión. Es posible que ningún pasado se pueda dominar, pero al menos recuperamos la voz y al repetir el nombre de Jorge Julio López no sólo mantenemos viva la memoria sino que restituimos la dimensión histórica de la dictadura. La Justicia condenó el pasado, pero eludimos el debate político sobre las causas del desquicio. Sin embargo, si el pasado nos vuelve a enfrentar habrá triunfado el autoritarismo porque no entendimos que los derechos humanos no son ni de izquierda ni de derechas, son valores constitutivos de la democracia. La más bella utopía surgida cuando el mundo no sabía qué hacer tras los horrores del nazismo, y que a los argentinos nos ofrece un paraguas para protegernos de la intemperie política. Nombrar a López es volver a nombrarnos como país. Tal vez así, podamos finalmente, exorcizar tanta ira, tanto dolor y tanta desconfianza.
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