14.7.06

Pinucho



Cuando empecé el secundario mi abuelo me llamó para decirme que vaya a su casa porque tenía algo para darme. Fui su primer nieto de una de sus hijas mujeres lo que hacía que sus regalos fuesen comunes, como cuando cobraba su jubilación y caminaba hasta su inmensa biblioteca y sacaba un marrón flamante que me daba diciendo en secreto que "estaba recién hecho".
Se llamaba Pinélides Aristóbulo Fusco y era un peronista que había forjado su pasión trabajando a metros del General y Evita, a quienes les hizo las fotos más hermosas que sobre ellos se han hecho. Amaba la literatura y el bandoneón de Troilo tanto como el buen vino y la buena comida y no puedo olvidarme las noches en las que nos moríamos de risa viendo al Agente 86, que empezaba a las 8 después de Nuevediario.
Llegué a su casa a visitarlo como cada tarde y lo que me esperaba era esta máquina de escribir que lo había acompañado las últimas décadas. Con ella empecé a escribir y los primeras prácticas de las clases de mecanografía que me dictaban en el Comercial 5 los hice tecleando en la Continental. Inclusive, y como mi abuelo Pinucho me había dicho que era "portátil para ir de viaje", la llevaba al Colegio porque en el gabinete había pocas y la mitad estaban rotas. Ahora la tengo al lado de la computadora y cada vez que me siento la miro y lo imagino al abuelo escribiendo el correo sentimental, dando consejos a mujeres con mal de amores en alguna revista que lo refugió cuando llegó la Libertadora y lo dejó sin laburo y sin las fotos.

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