30.10.08

Memorias del calabozo



Mis últimos diez días las pasé tenso. La razón no está vinculada ni con la crisis financiera, ni con el afano de las AFJP, es algo personal que tuvo hoy el comienzo de su final. Ocurre que hace unos días, mientras aún estaba en Alemania recibo un email de parte del cordial Ezequiel de Alfaguara donde me cuenta que uno de los títulos del mes es Memorias del calabozo de los uruguayos Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro, en su correo también me proponía hacer una entrevista con Mauricio para Cuentomilibro. Por supuesto que dije que si al instante.Hace algunos años había escuchado de ese libro en alguna delas visitas a mi amigo Garza en Montevideo pero no recordaba en forma precisa de que iba su contenido, de manera que apenas llegué fui a buscarlo. Y comencé a leerlo.

Estuve tenso hasta esta tarde cuando me encontré con Rosencof para entrevistarlo para Cuentomilibro. Me provocaba mucha inquietud estar frente a alguien que pasó las cosas que cuenta en su diálogo de 488 páginas con su "compinche Fernández Huidobro", como dijo.

El libro recoge el testimonio de dos víctimas de uno de las mayores aberraciones que pudo haber cometido un ser humano. Ocurrió en Uruguay durante la dictadura militar que al otro lado del Río de la Plata mostraba el mismo sadismo que los asesinos argentinos. En 1973 nueve presos políticos pertenecientes a la organización Tupamaros fueron sacados de su cárcel para convertirse en rehenes incomunicados de sus verdugos, divididos en tres grupos de tres fueron encerrados en calabozos mínimos que fueron rotando a lo largo y ancho del Uruguay.

Rosencof, Fernández Huidobro y el Pepe Mujica formaron uno de esos tríos que recorrió las cárceles y los sucios sótanos de los cuarteles. Encerrados, incomunicados, privados del habla, del aire y la comida se las ingeniaron para inventar una forma de comunicación que estaba basada en golpes de nudillo a la pared que separaba un calabozo del otro. La historia supera cualquier película y permite pensar que la maldad del hombre puede llegar a ser infinita. Como infinita puede ser la resistencia cuando está edificada sobre la dignidad. A sí lo muestra este libro.

"Si no los podemos matar, vamos a hacer que se vuelvan locos", dijo el Jefe del operativo que puso en funcionamiento esta máquina de odio, tortura y crueldad que duró "once años, seis meses y siete días". Me costó leer el libro sin llorar. Tuve que parar muchas veces y volver a juntar fuerzas para retomar la lectura. Lo hice una y otra vez porque el relato es atrapante, porque nunca cae en golpes bajos y siempre en medio del dolor aparece el sentido del humor que aún en lo más oscuro en que puede caer una persona los autores pudieron mantener.

Cuando le pregunté sobre eso, Mauricio me respondió que esto era así porque mantener el humor permite estar vivo y poder defender la dignidad humana y que ellos pudieron resistir porque la forma de comunicación que encontraron les permitió evadir la locura y pensar que su lugar de militancia estaba puesto en la lucha por sobrevivir. "El único animal que se rie es el hombre, a lo sumo el perro cuando mueve la cola", me dijo con una sonrisa.

El libro es la desgrabación de 72 cassettes de charlas entre Rosencof y Fernández Huidobro que fueron leídas y avaladas por Mujica, que en Uruguay lleva treinta ediciones, fue traducido a varios idiomas y que se publica por primera vez en la Argentina. En sus páginas están contados momentos crueles como las visitas de los familiares en las que los presos eran obligados a sacarse la capucha delante de ellos y a poder verlos durante diez minutos, el temor ante cada traslado que siempre era temido como el camino a un fusilamiento o los momentos en que ellos se enteran de lo que pasaba "afuera" a traves de los interrogatorios de los carceleros. Paradoja de la ceguera criminal: los milicos los interrogan a presos que hacía años no tenían contacto alguno con el mundo exterior sobre la relación con un tal Daniel Ortega y con sus preguntas los encarcelados se enteran de la revolución sandinista y esa alegría les permite aguantar unos días más. "Ni ellos mismos podían creer la incomunicación a la que nos habían sometido", dicen en un fragmento del libro. "Aún puedo hacer algo por los compañeros", escribe Napo, uno de los nueve rehenes en una carta clandestina que logra envíar desde el hospital en el que está internado con un cáncer terminal al iniciar una huelga de hambre.

Memorias del calabozo es el testimonio más preciso (que además está narrado con una singular belleza) que pueda haberse escrito sobre la criminalidad asesina de las dictaduras y es también una muestra del triunfo de la dignidad humana.

Se presenta hoy jueves a las 19.30 en la Librería Gandhi de Corrientes 1743 con un diálogo de los autores con Miguel Russo. Aquí están las primeras dieciséis páginas y en unos días aquí estará la entrevista que grabé esta tarde y que llevaré por el resto de mi vida en el corazón.

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