3.7.07

La muerte no duele



Al periodismo es posible ejercerlo en cualquier lado, pero sin duda hay un ámbito donde se forjan grandes cronistas que completan con sus textos páginas y páginas de diarios pero que en muy pocas ocasiones los lectores saben su nombre. Ese lugar sigue siendo la redacción de las agencias de noticias.

A pesar de lamentables gestiones como la de Martín Granovsky en TELAM, los buenos periodistas siguen preguntando, escribiendo y encontrando noticias. Una nueva prueba de ello es La ley y las armas. Biografía de Rodolfo Ortega Peña, que Pablo Waisberg (Noticias Argentinas) y Felipe Celesia (Telam), acaban de publicar por Editorial Alfaguara a través de su sello Aguilar.

Se trata de una investigación profunda, que casi no ha dejado fuente por consultar, que ante el hallazgo de un documento van a los personajes vivos que fueron parte de él a preguntarle por él y lo hacen con una mirada crítica, lejos del elogio fácil a una generación que sintió tener la revolución a un paso. Hay en Celesia y Waisberg una postura que también es la de una generación “los herederos”, se autodefinen que creció leyendo la historia de los sesenta y los setenta escrita por sus propios protagonistas.

Herederos de aquellos textos, Todo o nada, de María Soane o los densos tres tomos de La Voluntad escritos por Martín Caparros y Eduardo Anquita, estos autores que nacieron en el mismo tiempo en que Ortega Peña era asesinado por una ráfaga de ametralladora que la Triple A uso como trágica puerta de entrada al terrorismo de estado (Celesia es del 73 y Waisberg del 74), se animan a desacralizar mitos y abrir un debate que hoy sólo es posible encontrar en ámbitos académicos, mientras que muchos militantes de aquellos años prefieren obviar.

El libro es un recorrido preciso por los 38 años que vivió este abogado que había nacido en el seno de una típica familia burguesa, que defendió obreros y presos políticos, que no dudó en enfrentar a Perón y que cuando le recomendaron que tenga seguridad y se cuide porque la tripla A lo buscaba, sólo respondió “la muerte no duele”.

Son muchos los hallazgos presentes en la Ley y las armas, pero tres son significativos porque su lectura a más de treinta años después es esclarecedora: el primero, son las paginas dedicadas a la revista Militancia, dirigida por Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde; el segundo aparece entre esas líneas y es la crítica furibunda que le realizan desde la publicación al cura tercermundista Carlos Mugica y, por último, el texto de Roberto Alemann en el diario alemán que editado en Buenos Aires, Argentinisches Tageblatt y que es el lamentable anticipo del genocidio: “Si uno ve esta guerra sucia desde un punto de vista meramente militar, llega a la conclusión de que el gobierno puede acelerar y facilitar considerablemente su victoria, actuando contra las cúpulas manifiestas –de ser posible en “noche y neblina” y sin que esto trascienda demasiado. Si Firmenich, Quieto, Ortega Peña, etc., desaparecieran de escena, esto implicaría un golpe extremadamente duro para el terrorismo”, escribió el 17 de marzo de 1974 este economista que veinte años después recorrería canales de televisión para explicar las bondades del menemismo y que aún hoy escribe, recomienda y opina sobre el devenir argentino.

"La muerta no duele", dice Ortega Peña, "aquí no hay lágrimas", dice en el cementerio de Chacarita su amigo de toda la vida en su discurso de despedida, minutos despues de una cruel represión a los que iban a acompañar al asesinado. Es, tal vez, la muestra mas clara de esos militantes abrazados a una causa que no se permitían ni el llanto ni el dolor.

Waisberg y Celesia no son los primeros, pero el libro que escribieron es un gran aporte para que los que nacimos en los años en los que se desencadenaba la noche oscura argentina comencemos a tener una voz propia.

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