20.8.06

La calle de las pizzas



A la calle de las pizzas de Lima se llega caminando desde la Avenida Benavides después de cruzar la Plaza en la que está la Intendencia de Miraflores. Son las diez de la noche y a nadie le molesta la garúa que cae desde la nube eterna que habita el cielo limeño. No le molesta a las cuatro parejas que bailan la cumparsita en el anfiteatro abierto, ni a las diez familias que hacen cola en un carrito que vende empanadas e inca kola, ni tampoco a los feriantes que dispuestos en semicírculo ofrecen a turistas que miran y compran lo mismo en cualquier lugar del mundo. Artesanías globalizadas confeccionadas en serie se mezclan con la plata y el oro peruano.
La calle de las pizzas son tres cuadras peatonales en la que, como eslabones de una cadena, bares, videos pubs, restaurantes y –claro- pizzerías se suceden uno tras otro disputándose los clientes a través de mozos y chicas que ofrecen platos y precios con gestos y gritos acordes a la competencia. Lo que dicen y los carteles de publicidad denotan que la costumbre por el pisco hizo que la cerveza se tome como un jugo, una morocha vestida con un traje plateado le ofrece a un peatón que deambula solo dos cervezas de litro por dieciocho soles, pero enfrente de ella una gigantografía promete que la sexta jarra de cerveza es gratis.
Cicciolina es el nombre de la pizzería ubicada en una de las esquinas, que como todas tiene en el piso superior un video bar y karaoke de donde emerge música que en la calle de las pizzas se confunde con la de los otros locales haciendo un rejuntado ruidoso y divertido. Cicciolina tiene dos docenas de mesas en la planta baja y otras tantas en la vereda donde dos comensales miran inmóviles un televisor de 29 pulgadas sintonizado en el discovery que transmite un documental sobre elefantes. En el otro extremo un confesionario con un maniquí disfrazado de cura franciscano es el único testigo de una mesa en la que dos cuarentones escuchan a dos morochas jóvenes que despliegan toda su seducción mientras comparten una jarra de sangría.
La pizza es cara y no es buena lo que convierte en un sacrilegio pedirla en lugar de comer los exquisitos platos peruanos. Es preciso aceptar la recomendación de la pizarra de Cicciolina que ofrece “Fish Festival. Festival de truchas y pescados”.

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