20.8.06

Inka market























En Lima conviven muchas Limas. Se entrelazan unas y otras en una mixtura de ciudades que se advierte en los autos, en el transporte público y en el shopping de Miraflores que se edifica sobre una montaña que enfrenta al mar y a una playa que la garúa de agosto dejó vacía, pero donde un minúsculo grupo de pibes corren detrás de una pelota. Miraflores y San Isidro son los distritos donde están los hoteles internacionales y las clases sociales altas mezcladas con la tiendas mas elegantes que son las mismas que se ven en cualquier capital del mundo occidental. Si es cierto lo que dice el sociólogo brasileño Renato Ortiz, que llama mundialización a que en cada gran capital coexisten el primer y el tercer mundo, en Lima el primero está en Miraflores y San Isidro con los ricos viviendo dentro de sus casas separadas de la calle con rejas coronadas con cables con alto voltaje y el tercero –como casi siempre- sobrevive como puede en los alrededores del aeropuerto en casillas de chapa, en los viejos edificios de pocos pisos en las manzanas que rodean a la Plaza de Armas o en los cerros de donde bajan a vender baratijas.
Hibridación globalizada que se ve en el cartel que nombra a uno de los mercados más grande, el Inka Market o en la mujer aymara que porta a su bebe en la espalda frente al Hotel cinco estrellas que tiene en la planta baja un casino de Cirsa, el mismo concesionario dueño de casinos y traga monedas en Argentina.
En Lima, todos los taxistas tienen un familiar en la Argentina y ninguno un reloj que marque el costo de un viaje, el recorrido en un taxi se pacta antes de subir y el valor puede ser tan arbitrario como la decisión del conductor: uno puede pedir veinte dólares (unos sesenta y tres soles peruanos) y el coche que viene atrás sólo diez soles por el mismo recorrido. Pero el taxi no es lo único que se negocia. El mercado económico limeño armado para el turista parece edificarse sobre la transacción permanente donde lo que vale cincuenta, puede costar quince unos metros mas allá o dos por veinte en la otra cuadra. En Lima, la fe de los más pobres llena Santa Rosa de Lima o el Cristo de los Milagros y compra velas enormes, rosas y violetas en alguno de los puestitos que abrazan a las Iglesias. En Lima, lo pagano que viene de los habitantes originarios invadidos y lo religioso de los invasores conviven.
También la cocina tiene rastros incas en las salsas coloridas y en los condimentos que acompañan sus platos. En Lima, se come bien siempre, en los bodegones y en los restaurantes para los turistas. Y en todos, antes de una entrada de ceviche o de comer un buen pescado a lo macho hay que tomarse un aperitivo: pisco sauer o algarrobina es el preámbulo de una comida única.

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