15.10.07

Zoológico (Parte I)

Nunca me gustaron muchos los zoológicos, pero una de las cosas que te da la paternidad es que volvés a aquellos lugares que habitan los chicos y por los que pasaste en tu propia infancia. Con los zoo (como les dicen ahora que todo no debe tener más de tres letras) me ocurre algo de eso después del nacimiento de mi primera hija: volví al de Palermo después de más de quince años y comprobé que el paso de empresarios privados por su gestión gracias a Carlos no hizo más que agregarle negocios variados y entradas caras a una estructura edificada por alguien que imaginó otro país. También conocí Temaiken y confieso que lo disfrute a pesar de los pocos animales y cierto deterioro en algunos espacios, pero el hermoso acuario y el sorprendente sitio de murciélagos justifican la visita.

¿Por qué todo esto? Porque cometí el error de hacer caso a varias recomendaciones y esta tarde libre intentamos aprovecharla yendo a conocer el de Luján. Pagamos la entrada de veinticinco pesos y nos encontramos con lugares sucios, seguridad mínima y animales sobrepasados.

Las atracciones básicas al parecer se estructuran en diferentes alternativas: el paseo en dromedario y/o elefante y sacarse fotos con leones, tigres y pumas. Este último entretenimiento atrae la atención de la mayoría de los visitantes que hacen largas colas para posar tocando una fiera que ha sucumbido bajo el efecto de vaya a saber qué. Por lo menos esa es la sensación que a uno le queda despues de ver el desfile interminable de aspirantes a Daktari que se fotografían frente a estos animales o una jaula llena de las fieras durmiendo

Las llamas, cabritos y guanacos caminan y trotan con libertad entre cochecitos de bebe, contingentes de turistas y madres gritonas, y en algunas momentos la cosa se pone medio fea.

Mañana les cuento como terminó. Las pocas medidas de seguridad y el maltrato público a un personal cuya falta de capacitación es evidente. Por el momento les digo que eviten el zoológico de Luján.

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